viernes, 19 de abril de 2013

La Vez que Visité el País de las Maravillas

La tarde de ayer, mis primeras palabras al despertar fueron: "Estuve en el País de las Maravillas". Mi hermano se me quedó mirando, vio después su reloj y dijo: "Ya son las 8:00pm, ya levántate". Pero yo me di la vuelta y cerré los ojos de nuevo, quería recordar las cosas bien, no sólo había estado en el País de las Maravillas, sino también al Otro Lado del Espejo.

Un sueño no tiene comienzo, por lo que es difícil saber por dónde empezar. No recuerdo mucho acerca del País de las Maravillas, mas sí acerca de lo que encontré A Través del Espejo. Digamos que mi sueño se divide en dos partes: "entrada y salida" y "entrada y salida"; si en la primera "entrada" iba siguiendo a un misterioso conejo blanco, pues no lo sé; pero sé que fue lo primero que vi al entrar allí: a la Alicia incorrecta.

Un ganso vestido de traje azul, parado frente a una señora de apariencia singular había traído a una Alicia consigo.

-Esta es la Alicia incorrecta. -dijo la señora con el cuello estirado, a lo que el ganso contestó:

-Sé que está algo obesa para ser la Alicia correcta, pero es todo lo que he podido encontrar. -Y señaló tras de sí a un par de más Alicias incorrectas, todas de vestido azul, delantal blanco y un gigantesco moño negro; entre las cuales había una de ojos completamente negros sostenidos por unas ojeras hundidas.

Estaba parada en un amplio valle de un verde vibrante, donde no muy lejos empezaban a distinguirse árboles en todas sus tonalidades, desde un verde bandera hasta un chirriante color limón.

El transcurso, así como la "salida" de mi primera parada en el País de las Maravillas, no las puedo mencionar por la misma razón de antes: no me acuerdo, a pesar de lo mucho que me esfuerce.

La forma en que atravesé el espejo es algo aún lúcido en mi mente.

Seguía en ese lindo valle con algunas otras criaturas cuyos rostros son borrosos para mí ahora; llegamos a una parte donde los árboles en lugar de tener tronco redondo eran absolutamente planos, tan planos como una hoja de papel, pero con toda la textura y la estatura de un árbol real. Esos árboles tenían trazadas puertas en distintos tamaños y para poder abrirlas había primero que elegir por cuál se quería cruzar y cortar después su contorno. Una muy amable criatura me ayudó a cortar mi puerta escogida, una rama del árbol se sacudió y estiró hacia mí para rociarme un líquido negro y viscoso en ojos y boca. La rama tenía el rostro de una anciana. Acto seguido pasé el umbral junto con un pequeño grupo.

El valle se veía exactamente igual, sin en cambio nuestra apariencia se había modificado. Uno de los del grupo carecía de rostro y en su lugar llevaba una extraña cabeza lisa parecida a una paleta/dulce marrón. Cerca de ahí había una escultura de helados con cono de galleta y bolas de algodón de colores, adornadas con dibujos, estos estaban derretidos unos encima de otros y ahí nos pusimos a buscar la cara perdida de nuestro compañero. Él la halló, otros hallaron también algunos de sus miembros, en especial recuerdo haber visto unos brazos verdes; se me ocurrió probar el algodón del helado, ¡Jamás en mi vida he saboreado algo tan delicioso!

Caminamos un tramo y nos topamos con una graciosa casa de madera pintada de diversos colores. Entramos, percatándonos en unos segundos de que habíamos llegado a una fiesta sin invitación. Mesas largas llenas de comida que no me atrevería a probar cubrían los corredores, la habitación que contemplé mayor tiempo era muy pequeñita, con escaleras que subían hacia todas partes y con estantes llenos de libros anchos iluminados por el sol que entraba por la ventana de arriba.

Me esperé un rato en aquella habitación, viendo niños subir y bajar por las escaleras, pero de cualquier modo, alejándome un momento de esa fiesta de locos en el salón principal. Me preguntaba por qué habría entrado de esa forma en el espejo cuando el libro mencionaba una mucho más práctica...

-¡Oye! -le dije a una personita que se sentó en frente de mi. -Sé que estoy soñando, pero estoy totalmente consciente de estar en el País de las Maravillas, ¿me entiendes? estoy dormida, pero podré recordar todo este sueño cuando despierte, porque estoy consciente en este momento.

-Eso no es verdad. -Me contestó de manera algo burlona. -Sólo estás consciente porque estás llegando al final de tu sueño.

-¿No nos podemos quedar?

Y sacó una charola de cristal con una cuadrada tarta azul cortada en rebanadas. Me entregó una y luego se fue. La dejé ahí, sin probarla y decidí seguirla al salón principal.

En el salón ya todos habían puesto sus sillas en círculo y escuchaban atentamente a una señora de rojo (de quien vi solo la espalda) con un micrófono; al parecer estaba haciendo preguntas y entregando premios a quienes mejor contestaran. 

-¿Cuál es la mejor manera de comer pepinillo? -gritaba con entusiasmo, a lo que una niña alzó la mano y respondió:

-Chocolate con chocolate, pepino con chocolate y chocolate con pepino.

La multitud aplaudía estrepitosamente.

-¿Cuál es la comida más deliciosa que pueda haber? 

Muchísimas voces daban opciones curiosísimas, pero la ganadora fue:

-¡Los libros! -Y la muchacha se metió a la boca un centenar de libros en fila, el público se puso aún más loco (si eso era posible) y la señora de rojo no paraba de aventar obsequios.

Un libro con el título "Alicia en el País de las Maravillas y Alicia a Través del Espejo y lo que Encontró Allí" rodó hasta mis pies. Yo no lo tomé, lo tomó la misma personita que me había dado la rebanada de tarta, a un lado de ella todavía permanecía la charola. La miré, sonreí, recordé que ella me había ayudado a cortar la puerta del árbol y le dije aliviada:

-Antes creía que el País de las Maravillas era un lugar aterrador, ahora me parece divertido.

-Es divertido. -agregó, cuando de repente se apagaron todas las luces.

En el centro del salón la admiré, era Alicia. Tomó un micrófono en su mano y entre las sombras brincoteó como caperuza, narrando su historia con el tono de voz demasiado acelerado, no podía entendérsele. Apreté fuerte a mi personita en un extraño intento de abrazo, ocultando mis ojos tras su suéter y sintiendo un escalofrío terrible recorriéndiome logrando a su vez que mi respiración se alterara y se intensificara más y más.


El moño negro rebotaba sobre su larguísimo cabello amarillo, el brillo azul de su vestido sobresalía en la oscuridad, pero jamás le vi el rostro ni supe si era o no la Alicia correcta, sólo esperé apretujada en ese suéter a que las luces se volvieran a encender, a que Alicia se fuera y mi respiración regresara a la normalidad.


Pasó todo lo suficientemente aprisa y cuando al fin me despegué de ella me miró severa y dijo: "Es hora de irnos." Asentí con la cabeza y apresuré el paso para salir del salón, sin embargo... me faltaba una cosa por hacer.


No podía irme así nomás, no al menos hasta haber probado la azul tarta. Corrí hasta la habitación del librero y encontré mi rebanada con mordiscos, no me importó ni un poco y me la metí a la boca. ¡Pum! crecí unos centímetros, mi cabeza casi llegaba al techo; intenté comer un poco más. ¡Puuum! me di un topón en la cabeza y entendí que eso sería muy peligroso, si mi cabeza atravesaba el techo de seguro dolería, por lo que subí las escaleras hasta llegar al segundo piso, pretendiendo atravesar el piso con los pies y no el techo con la cabeza. 


Ese segundo piso era bastante peculiar. Dos o tres libreros, sillones alargados en tonos rubí con detalles dorados, algo así como el estilo victoriano; también había un piano y dos sujetos sentados frente a una mesa bebiendo, frente a mi -y he ahí lo interesante- un hombre vestido de militar delante a un gran ventanal me miraba con extrañeza. 


-¿Qué cree usted que pasaría si me como toda la tarta? -le pregunté.  


-Bueno -empezó a decir con un aire de intelectual- seguramente traspasarías la casa por arriba y por abajo, eso sería muy incómodo para ti, porque la casa quedaría en tal ángulo que colgaría de ti como un vestido.


Miré al hombre unos segundos más y me atraganté con la tarta sin hacer otra pregunta. Creo que también debería mencionar que su sabor no era en lo más mínimo esplendoroso, sabía medio a crema y a mermelada de mora nada más. 


Traspasé la cosa como el hombre predijo y me sacudí un poco por el estirón. Podía divisar el valle entero y necesitaba más tarta para crecer cuanto quería. Metí mi mano por una ventana y tomé al hombrecillo por los pies, le vacié los bolsillos y ¡Nada!, después hurgué en unas cajas del segundo piso y sólo hallé dulces de coco. Caminé enfadada, con los puños apretados y la casa colgando hasta que... hasta que desperté.


Esa fue la primera vez que visité al País de las Maravillas, no voy a conseguir olvidarlo nunca. Esto pasó unos días atrás y aún ese sueño no sale de mi mente. Lewis Carroll nos dejó un mensaje claro y aterrorizador: Él no inventó el País de las Maravillas como se supondría lo hace un escritor, él lo soñó durante años y durante esos años la historia se escribió por sí misma.


Mi sueño "maravilloso" fue por la tarde, entre 5:00 y 8:00pm... por otro lado, a eso de las 11:00pm ocurrió algo más. Pero eso lo dejaré para otro día. Dulces sueños.



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